EL SABIO Y EL NECIO (III)

No alargaré más estas meditaciones sobre la sabiduría y la insensatez porque, finalmente, la práctica es otra cosa; nos hacemos sabios demasiado tarde. Aquí, los capítulos restantes del libro de Proverbios. 

LA LITERATURA SAPIENCIAL. EL SABIO Y EL NECIO

Por Uriel Arévalo M (Mg. Div)

El capítulo ocho es una personificación de la sabiduría, sus acciones son públicas, no están escondidas, estaba presente en la creación. Los eruditos ven en este capítulo un contraste entre los alcances de la sabiduría en manifestación siempre pública y abierta y las artimañas de la ramera que se sienta en lugares taimados, no invitando como lo hace la sabiduría sino atrapando, cazando furtivamente a los simples, prometiéndole favores en escondrijos. La sabiduría despliega sus dones prometiendo en voz alta, amonestando, enseñando, construyendo.

El capítulo nueve retoma la imagen del sabio/necio desde la imagen sugestiva de una mujer talentosa, sensata, que edifica su casa. Ofrece carne, vino y banquete, elementos valiosos y algo costosos en la cultura oriental; la insensatez ofrece pan y agua, lo pobre y mísero, lo menos valioso. La mujer sensata toma la iniciativa para invitar, la insensata espera que pasen los transeúntes para desviarlos de sus caminos derechos. La sensata es pública, la necia es ladrona, trabaja en escondrijos, es simple e ignorante, su final es la muerte, y sus convidados quedan allí atrapados; la sensata ofrece vida, aumenta los días, añade los años. Resaltan de nuevo las recompensas: vida/muerte. Aparecen también los caminos, y el eje transversal: el temor de Jehová, como sello de sabiduría.

El capítulo diez es el contraste más claro entre el sabio y el necio de todo el libro. Padre y madre hacen parte de la enseñanza, los dos se entrecruzan, se enlazan para dar hijos sabios o necios, unos traen alegría, otros, tristeza. Es un paralelismo que refuerza los aspectos de la educación, unos salen ganadores y otros perdedores. Diversos temas son abordados, diversos nombres sustituyen o contrastan al sabio y al necio: justo e impío, negligente y diligente, íntegro y perverso, prudente e imprudente, insensato y entendido. Casi todos los contrastes son tocados en este capítulo y hasta el 15 incluido.

Llamativo resultan los labios, las palabras, los chismes, la lengua, la ira, la amargura. Todos estos aspectos tocan de una u otra manera el quehacer de sabios  y necios en su discurrir cotidiano. Unos (los sabios) están alentados por las respuestas cordiales, las palabras medicinales, lo cordura que detiene el furor, la lengua que bendice; en cambio, los necios, viven atizando el fuego de la ira, la  amargura, la calamidad de su lengua, el chisme. Vuelve a surgir la mujer sabia como ejemplo de virtud, mujer que edifica su casa. La sensatez se presenta como un factor dinámico constructivo, la insensatez es factor dinámico demoledor, derriba la casa.

La sensatez se aviene como fruto de la humildad (14.6), no sólo hay que proponérselo, no es suficiente, no se deja hallar la sabiduría sólo por buenas intenciones, hay que humillarse para alcanzarla, el sufrimiento bien ponderado parece ser sinónimo de sabiduría. El hombre de bien (el sabio) está contento de su camino, no así el necio, hastiado de sus caminos es infeliz y amargado (14.14). El sabio ha vivido y ha aprendido por experiencia y sabiduría de otros, le es fácil la sabiduría. Al necio sólo la vara lo corrige, no hay razón que lo persuada. Aprende con escarnios (21.11). Los dos progresan, uno con sabiduría, el otro con necedad (15.14).

La lengua de los sabios es adorno, la de los necios es sandez. El necio abandona todo consejo, sobre todo, deja el consejo de sus padres, pero recibe los consejos de sus pares inexpertos e insolentes, al seguir sus consejos, aprende y se convierte en profesor de maldad, lo vemos sentado en la silla escarneciendo, aconsejando, fruto de su experiencia con el mal. El necio habla sin pensar, eso equivale a tirar sin apuntar. El sabio mide bien sus palabras y espera que haya un mejor tiempo para decirlas. Si el necio callare sería contado por sabio.

El capítulo 16 hace recaer el contraste entre el hombre y Dios (1-11), luego siguen aspectos más de corte ético y responsabilidades con otros hasta el capítulo 24 incluido. El 25 ofrece proverbios y lecciones morales, algunas partes políticas, otras procedimentales (25.9)  evocando el contenido mateano de la disciplina en la iglesia y algo de la doctrina paulina (25. 21) siempre referida a cuestiones de comportamiento social.

El capítulo 26 es una serie dedicada al necio. Se retoma no el contraste agudo del cap. 10, pero sí es incisivo en el tratamiento que merece el necio, lo que se debe hacer con él. La sabiduría con que se le debe tratar para no caer en su necedad. Comienza con la imagen sugestiva de la nieve y la lluvia, impensables en Palestina, tanto como impensable resulta dar honra al necio, no se la merece. Se dan consejos sobre la manera de aprender del necio.

La única razón que el necio entiende es la vara. No se puede ignorar que los simples (los jóvenes inexpertos pueden llegar a aprender) pero no se escatime que en ellos está ligada la necedad, les es fácil, se prende de ellos, lo único que la desata es la vara. Otra cosa  hiere al necio más que la sabiduría del sabio, y es, una dosis de su misma necedad. No se le debe responder sino de acuerdo con su necedad, de lo contrario se habrá creído sabio. Se le compara con un perro que vuelve a su vómito, el texto lo usa también el apóstol Pedro en su epístola (2 Pe 2.22). Si desdeñamos de los perros en su porquería y los creemos incapaces de tragar de nuevo su vómito, el necio, en comparación con lo que hace el perro, repetirá su necedad una y otra vez, entonces, ¿cómo es posible que se diga que un justo cae siete veces y vuelve a levantarse? (Pr 24:16), el necio hará lo mismo, pero nunca se levantará, se despeñará más y más.

Las imágenes de la nieve y el verano, del perro y el vómito, la del cojo y el que se corta los pies, la del hondero, la de las espinas en manos del borracho, todas ellas comparando a un necio con su obrar, todas ellas son cedidas a una repetición imaginativa del perezoso, que mete su mano en el plato y ni aun a su boca lo lleva, o el perezoso que para todo tiene la excusa perfecta: “es que el león está en el camino, ahora está en las calles”. El perezoso, no sabe qué hacer, ni adónde ir, gira de un lado a otro, sin rumbo, sin sentido, como la puerta que infinita gira sobre su gozne, esa es la vida del perezoso (necio) que se ufana de ser “más sabio que siete sabios”, más sabio que siete que sepan dar consejos (v16). Paro todo tiene no sólo la excusa perfecta sino el consejo perfecto, con tal de evadir la responsabilidad.

No siguen más instrucciones sobre el necio y el sabio, salvo repeticiones de algunas conductas entre sabios y necios (29.11). Los proverbios pasan ahora a otro plano, considerados como crítica sapiencial (cap 30), y terminan en el elogio a la mujer virtuosa, que podría considerarse el colofón de la sabiduría (31.10-31). Es esa mujer sabia, o quizás la misma sabiduría (se ha dicho que el proverbista no habla de una mujer en sí, sino de la sabiduría misma como aquello virtuoso), la que es diligente, que da bien y no mal, en la que se puede confiar, que es calculadora, es generosa, toma recaudos a favor de otros (sus más cercanos), considera bien sus caminos, es un ejemplo para las generaciones, y es, sobre todo, temerosa de Dios, y finalmente alabada. Tal es el planteamiento de la sabiduría, de un sabio que usa su sabiduría para vivir responsablemente y hacer mejor la vida de los suyos.

Concluimos. El sabio y el necio se distancian como el Cielo del Infierno. El necio niega a Dios (Sal 14.1), se rebela contra Dios (Sal 107:17); esparce calumnia (Pr 10:18); se asocia con los necios (Pr 12:23; 13:16; 15:2); se burla del pecado (Pr 14:9); es arrogante y descuidado (Pr 14:16); rechaza la disciplina (Pr 15:5); desprecia a su madre (Pr 15:20); no usa bien la palabra (Pr 17:7); no tiene sentido (Pr 17:16); es sabio cuando cierra sus labios ( Pr 17:28); de habla perversa (Pr 19:1); no preparado para el lujo (Pr 19:10); amigo de contiendas (Pr 20:3); no puede obtener sabiduría (Pr 24:7);  incapaz de emitir proverbios (Pr 26:7); confía en sí mismo (Pr 28:26); siempre pierde su control (Pr 29:11); se exalta (Pr 30:32); camina en oscuridad (Ec 2:14); es vago, destruyéndose a sí mismo (Ec 4:5);  no se deleita en Dios (Ec 5:4); retiene la ira (Ec 7:9);  habla sin sentido (Is 32:6). El sabio es lo opuesto a todo lo anterior más las virtudes propias de su corazón entregado a la ley de Dios.

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